Tuesday, October 16, 2007

Lo maldito en lo bendito

La saliva hierve sobre la plancha vacía donde normalmente fríen las hamburguesas que su mamá vende. Escupíamos en experimento. Teníamos que aprovechar la ausencia de adultos para hacer esta pequeña travesura y presenciar lo efímero de nuestra baba en tal alta temperatura. No hay nada que hacer esta noche. El aire sopla con el aliento del mar y mañana se tendrá que regresar al colegio. La pesadez en toneladas para levantarse. Que crueldad esa manera de empezar los días, haciendo cosas involuntarias como asistir al colegio. Me despido de Marlon y dejamos de pensar en aquellas raras cosas que nos explicó el profesor de Educación Familiar en el colegio religioso que nos espera pacientemente. En realidad nos tratan como pacientes mentales, supongo.
Débilmente trato de aferrarme al sueño. El silencio es bullanguero. No me deja dormir. El cuerpo lo siento incómodo. Leo, escucho música, miro televisión. Por fin quedo dormido. Quedan tres horas para ir al colegio. No tengo ganas de bañarme. No tengo ganas de presentarme ante el mundo: esa cuadra entera a la que amo y odio, con sus canchas de fulbito donde soy tan feliz y sudoso. Es un buen colegio dicen.
Los pelícanos del muelle de pescadores del Callao vuelan sobre los recreos y espero que defequen al padre Sorde en la cabeza. Siempre nos lleva a un salón con tres televisores y audífonos. Nos dicen que el rock es basura, que es malo, que solo lleva al homosexualismo porque los cantantes promueven su ideología. Después tenemos que ir a una misa en honor a no sé quién. No recuerdo bien. No he prestado nada de atención. Solo pienso en la salida para irme a comer nísperos acaramelados. Sorde es prácticamente sordo. No escucha a nadie que no sea el director. En la misa nos hablan cosas tiernas e interesantes.
Yo espero las canciones que son de lo más melodiosas. Me encanta ese cancionero, pero detesto a Sorde que vende la religión como si fuese un menú. Tengo quince años y me siento tan muerto. Entro a un templo y veo a Cristo sangrando, eso me deprime quince veces más. ¿Acaso no podían magnificarlo sonriendo? Veo a la virgen María y me quedo maravillado. No se trata de la belleza de una imagen de yeso. Se trata de la capacidad de alumbramiento, de nacimiento, de la esperanza de parir algo nuevo.
Una vez Sorde me encontró tomando con unos compañeros en un retiro. Habíamos metido una botella de ron y estábamos en un cuarto. Localizó la botella en mi mochila. Me la había sacado de mi casa, de una reunión que hubo en las vísperas de mi reposo espiritual. Siempre me sentía como una hojarasca que alguien debía pisar de alguna buena vez, y hacerme crujir sin nada más.
Necesitaba algo para mí y que no estuviera en la prédica que se opacaba más en mi cerumen. Apareció Sorde y notó que había estado bebiendo. No lo pude ocultar. Me envió al patio de la casa de retiro en Cieneguilla. Temblaba de frío hasta que lo notó en la madrugada y me hizo entrar a mi habitación. Mientras me gritaba, imaginaba miles de cosas para no prestarle atención, entre ellos, los goles que días anteriores miré en un especial sobre Teófilo Cubillas. Creo que desde ahí nació mi enemistad. Yo tuve la culpa, pero le notaba un placer en hacer sentir mal a los demás.
Cada uno de mis amigos es un saco repleto de historias. Algunas sórdidas y otras mansas. A Guillermo le dicen "azul". Creo que tiene ese apodo por que le gusta el blues y como nadie puede ni pronunciar alguna palabra en otro idioma, le dicen la traducción. O creo que se lo dicen por su afición a la pintura y a veces llegaba con las manos manchadas.
César es como él se define: un explorador del sexo. Tiene toda la pornografía posible y fue el primero que me dijo la palabra masturbar, cuando yo ni siquiera sabía de qué se trataba. Walter era una persona dedicada a ver televisión. No existe programa que no haya visto, ni telenovela que por lo menos no sepa su argumento. Caminamos por las calles y a veces vamos al colegio de mujeres que está a algunas cuadras del nuestro. Verdaderamente preferimos ir al cine entre nosotros, sin compañía, aunque nos llamen antisociales.
Por las mañanas nuevamente a rezar y escuchar las palabras de Sorde. Siento las mismas náuseas que sienten los pequeños de primero de primaria en su primer día, cuando terminan desparramando sus desayunos y entrando en pánico por sentirse alejados de sus padres en un lugar con tanta gente nueva. En realidad me siento un extraño, pero dicen que existe una sola religión certera: la católica.
Al frente del colegio hay un templo evangelista donde tocan música interesante. Además tienen buenísimos instrumentos a comparación de nuestro templo. Ellos saltan y al parecen la pasan bien, pero de un momento a otro están muy tristes pidiendo perdón, al igual que los católicos.
Un día pasé con Guillermo y César por su acera y vimos a un compañero salir de ahí. Nos miramos, nos preguntamos entre nosotros, pero jamás le preguntamos algo a él. Nadie vio nada, nadie supo nada. Siempre se decía que él era evangelista y estaba en el colegio católico porque era el que le quedaba más cerca.
Tengo que llegar temprano a la misa dominical. Son pocas las cuadras que me separan a mi casa de la iglesia pero es mayor la pereza. ¿No basta con rezar en mi casa? Tengo el sello en mi tarjeta de asistencia porque he logrado llegar. Ya quedó certificada mi presencia. Si no hubiera música me la pasaría bostezando. Es mayo y es mes de la Virgen, el repertorio es de los mejores. El lunes no es el mejor día porque es el primero de labores. Nos piden las benditas tarjetas y yo no encuentro la mía. Solo recuerdo el rostro de una chica que me gustó y estaba acompañada de su enamorado, o su primo, o su hermano, ¡quién clavos será!, el asunto es que no tengo mi tarjeta y pensarán que he faltado. Justo ahora cuando están cerrando las notas de conducta y no ando muy bien que digamos por ese sacerdote cegado por el rencor. Faltan quince compañeros para que me llamen. Pienso en si pido permiso para ir al baño y me escapo para correr hacia mi casa, que está a escasas cuadras. Mientras busco entre mis cosas es probable que tarde mucho y la falta crecerá por haber salido sin autorización.
Mientras que mi pensamiento se esparce como las bocanadas oscuras de las combis, me doy cuenta que existe un pequeño interrogatorio con López, aquel compañero que salió del templo evangelista. Sorde se enteró que había asistido a otra iglesia. Sus gordas mejillas se enrojecían de la cólera mientras le llamaba la atención y le decía que de ninguna manera podría seguir en el colegio por su credo. Que era un estúpido y un apóstol a la pérdida del tiempo, le decía. Se presentaba como todo un poeta del insulto, un cantor que se excita al sembrar el pánico. Martes y López no apareció más. Miércoles y nada. Pasaron los meses y tampoco. Llegamos a noviembre y nos enteramos que está ahora en un colegio alejado del nuestro.
En los noticieros hablan de una guerra santa. Un sangriento encuentro que parte de las religiones. Guillermo y yo tratamos de entender por qué si dicen que deben ser buenos y querer a algún dios o si dicen que todos los dioses son el mismo o tantas cosas que dicen que a las finales ya no sabemos ni en qué creer que no sea buscar la felicidad sin lastimar a nadie. Cosa difícil pero diplomática por cumplir. ¿Acaso no hay tantos platos de comida y cada quien consume la que mejor le sepa y le llene?, no entiendo nada. ¿Acaso el rock es malo y tal poeta es realmente infernal por vivir como vivió? Detesto pensar que llevamos al pecado como un germen por activar, entonces cuál sería el destino de crecer como si estuviera con vendas negras sobre los ojos, caminando hacia un precipicio sin saberlo y sintiendo la brisa de la muerte.
Falta poco para acabar clases. Me siento mejor porque se vienen las vacaciones. Lo más probable es que me convierta en un apóstol de perder el tiempo como dijo el sacerdote en su furia. Que bueno que es hora de la educación física. Jugaré fútbol y espero estar en el equipo de Guillermo, aunque creo que no jugará porque lo veo en la sombra con una guitarra. Algún día tendremos una banda de rock. Por lo menos eso es lo que siempre decimos, pero yo no sé tocar ningún instrumento. César juega muy bien, creo que se irá a jugar al Alianza Lima aunque dice que algún día pisará la liga italiana que tanto vemos por la televisión, claro, después de ver algo de su arsenal de videos de carnes agitadas.
No sé quién toca un pito. Nos mete a todos al salón de clases. Sorde dice colérico que se han robado la llave de su cajón donde tiene dinero. Pero por qué pensará que el culpable estará entre nosotros. Nos grita. Su saliva salpica en los rostros de los que están más próximos a él. Gordo, alto, con el cabello corto, afeitado, perfumado, pulcro en su ropa, pero tan endiablado que solo tocarlo sería quemarse. Tocó la puerta el conserje y le dice que corriera, que su madre estaba en el teléfono y quería hablar con él. Sale y todos empezamos a gritarle insultos a su espalda, le mentamos la madre y engrandecemos cualquiera de sus defectos, como sus labios dilatados o sus orejas irónicamente exageradas como si en realidad supiera escuchar a sus alumnos.
No tardó mucho. Regresa furioso y mira alrededor. Nada le importa más que vengarse. Observa con odio como si tuviera un arma incandescente con la mira a la deriva. Tocan de nuevo la puerta. Era nuestro tutor que preguntaba lo que estaba sucediendo. Al dar la espalda nuevamente, insultamos a Sorde y como un rinoceronte pasa entre todos con una gran fuerza hasta mandar una tenaz cachetada en el rostro de Marlon. Nadie sabe por qué empeñó su castigo en él, solo mirábamos la marca del denario que quedó en su acalorado pómulo. Todos nos paramos haciéndole frente al sacerdote y con las ganas de molerlo a golpes. Sorde decía que jamás seríamos buenos católicos y que jamás seríamos algo en la vida y que toda su vida le pesaría la mano por haber goleado a Marlon. Odio con tanta intensidad por primera vez en mi vida. Cuando Rubén –el más fornido de la clase- se acercaba al sacerdote como un púgil, entró el tutor y gritó un elevado "carajo" que nos detuvo a todos.
Pasó una semana y el padre ya no estaba y contaron que se había ido a otro colegio de la congregación. Que exigieron su traslado. Que no era saludable mantener tensiones entre los docentes y el alumnado. Tanto se ha dicho y poco es lo que creo. Todos casi reprobamos en conducta. Ahora es la clausura del año escolar y nos están haciendo rezar por él. Todos lo odiamos. Nadie extraña a quien no quiso. Todos piden para que le vaya bien pero por dentro solo desean que lluevan piedras y le revienten el cráneo. Miro la imagen de la Virgen y lloro porque he conocido lo que es el odio y creo en todo y en nada. He comprado pastillas para acabar con mi maldita gripe, pero mejor las boto. Prefiero comprar otras con somnolencia y estar atontado por un rato. Abro el inodoro y ellas se van en el remolido de agua. Tiemblo por odiar tanto. Odio haber odiado, odio a quien me enseñó a odiar. Pienso en las cruces que llevan las personas, en la pesada madera que marca la espalda, en si los rosarios ahorcarán el odio tan humano como la idiotez. Miraré el horóscopo para entretenerme imaginando tontas probabilidades de mi futuro. Tengo frío, pena y asco de todo.

Coyllur